Una madrugada ella se sentó en su cama mientras su mino dormía a pata suelta. Se sentó y apoyó su espalda, lo miró y supo que debía huir. Aunque era su cama y su hogar, él no tenía llave de ella, se debía marchar de cualquier manera. Se vistió y dejó todo el amor que un día le profesó. Agarró su silencio, salió nocturna y echó huella hasta que un taxi pasó "5 lucas" hasta la casa de la amiga.
No podía despedirse y ver sus ojos con desdén, optó por simplemente desaparecer, de todas formas él la odiaría igual, pero era muy difícil decirle que no a tanto argumento que él tenía.
Al despertar luego de esa noche, él buscó el cuerpo de su chica, su aroma, su voz, su tarareo, algún sonido de la cuchara dentro de un tazón, buscó el aroma a café, la radio con la música que ella ponía. El silencio le habló por primera vez. Ella se había ido sin dejar un beso ni ninguna nota dulce como siempre hacía. No, esta vez ella no regresaría.
Por su lado, ella despertó, se abrigó un poco, se preparó un café sin azúcar, se puso los audifonos con su música favorita, revolvió el agua, salió al patio para que el sol de las 8 am le diera en la cara, sacó un cigarrillo, lo encendió, bebió un sorbo hirviendo, se fumó el último cigarrillo a nombre de él, rezaba por él, al Universo le pedía clemencia y paz para la mente de aquel chico.
No lloró, ya no lloraba mucho, pero su corazón tenía esa sensación desgraciada cuando sabes que causaste mal gratuitamente, pero se aliviaba pensando que ambos se sentirían tranquilos en los meses venideros y el odio se transformaría en algún momento en piedad.
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